Estragos capitalinos
Hace poco más de un año que llegué a esta ciudad con una mente bastante idealista, bastante romántica y bastante naïve. Una de las cosas que puedo decir respecto de toda mi estancia es que la Ciudad de México es una gran metáfora. Nunca un lugar había despertado tantas emociones y epifanías como las he tenido aquí, escondido en un recoveco de luces sepia lleno de papeles sueltos, platos sucios, Moleskines negras, tazas de café vacías y colillas de cigarro. En verdad me he dado cuenta de muchísimas cosas en esta ciudad, pero por ahora sólo quiero tratar una simple ida a la Ciudadela a comprar libros de Derecho (se advierten posibles digresiones en este texto).
Nadie en el Distrito Federal es normal. Todos y absolutamente todos en esta ciudad —incluyéndome— parece que están fuera de lugar. Es en este tipo de cosas donde sale mi lado conservador y fascista de querer arrasar con aquellas cosas que me incomodan, pero creo que eso es un problema mío y no de los demás. No hay una sola persona sana en esta ciudad; todos parecen estar enfermos, todos parecen estar locos, desquiciados, disturbed.
Claro, a su propia manera, pero perturbados a fin de cuentas. Desde personas cuyo romanticismo desborda los límites del nacionalismo y de la idealización, hasta personas tan muertas y tan vagas que parece ser que sólo hay aire, números y alcohol en su cabeza. Existen otros, claro, que han perdido la fe en muchas cosas, al igual que aquellos cuya verdadera naturaleza ha salido a la luz.
Ese día vi a un par de niños jugando en una fuente de la Alameda Central. Mi yo idealista hubiera apreciado la escena y hubiera escrito de ella, pero ahora veo ese tipo de cosas con un cierto desdén. Los niños jugaban con envases de Coca-Cola vacíos, se aventaban agua entre ellos y se revolcaban en la fuente. Mojaban a las demás personas, no permitían a otros acercarse, estaban semi-desnudos, gritaban en escándalo… sus papás solo se reían sentados en una de las bancas contiguas.
¿Por qué me enojan estas cosas? Ciertamente, aunque había una felicidad innata en los niños que de alguna forma me hizo sentir bien, no pude evitar verlos con desidia, apropiándose de un espacio público que pertenece a todos y sobre todo, ver a sus papás no hacer nada.
La otra imagen que tengo muy presente fue en mi regreso, al abordar el Metro para regresar a mi departamento. Nunca he tratado de discriminar a las personas, intento no juzgarlas, la verdad, pero ayer sentí una especie de… ¿odio? No lo sé, pero al menos creo que el buen gusto trasciende las clases sociales. Así como un mirrey se ve ridículo con el escotazo de su camisa y sus pantalones de color brinca-charcos, hay personas que se ven absolutamente horribles. Es decir, qué necesidad hay en cortarse el pelo de esa manera, por favor.
¿Por qué se visten así? Es algo que me perturba mucho la verdad, porque estoy seguro que en Wal-Mart o Soriana puede haber cosas igualmente baratas y que se ven mejor que las prendas que los llamados chakas traen puestas. Aunque estoy de acuerdo que la forma de vestir intenta reflejar la personalidad de la persona, dudo que la vestimenta defina quién somos. Si nos vestimos de cierta forma, es porque intentamos decir algo. Pues bueno, yo creo que esas personas son feas por dentro y que tienen un alma horrible (sí, una afirmación bastante radical para alguien como yo). Tal vez esas personas no sean así, pero si no lo son, ¿por qué lo hacen? Para empezar, entender cómo rayos surge la moda y cómo es que llegamos a seguir tales tendencias representa un verdadero problema para mí. Pero está bien… supongo que yo tampoco tengo el mejor de los gustos.
Son en este tipo de acontecimientos cuando pienso en la banalidad de la vida, lo vacía y fría que es, y cómo muchas personas (como yo hace unos años) lo romantizan. Cuando romantizamos algo vacío, algo feo, no necesariamente se vuelve bello, no necesariamente se hace importante o emocional. Entonces, ¿qué es lo que verdaderamente importa? ¿Qué es lo que de verdad vale la pena, sobre qué se puede escribir o pintar sin convertirlo en algo tonto y blondie? A veces creo que me contradigo mucho, pero este tipo de discrepancias deben ser expresadas para intentar comprender —al menos comprenderme a mí mismo— estas cosas tan triviales, tan románticas, tan vacías, tan puras, tan frías y tan cálidas, todo en un mismo lugar, en un mismo evento. En efecto, todo se convierte en una conjugación de emociones (positivas/negativas).
Hay tantas cosas del mexicano que son tan fascinantes, tan brutales y tan inexplicables que no puedo evitar ver con ojos atónitos una simple escena capitalina de un día cualquiera. Hay tantos rasgos, tantos vicios, tantas virtudes, y a la vez tantas heridas abiertas que, sí uno se dispone a observar fijamente, puede ver brotar la sangre a pulsos despampanantes. Retomo mi primera proposición: nadie en el Distrito Federal es normal. Eso es cierto, y lo (triste/bueno) es que de alguna manera todos formamos parte de esa sociedad bizarra, de esa miscelánea mexicana inquietante a la que todos contribuimos pedacitos de nuestros propios vómitos.
Fotografía: Hotu_Matua@Flickr
*Joven estudiante de Derecho por el CIDE, escritor de ratos, muy indeciso y ya no tan idealista. Raro fuera si no me despertara a la mitad de un limbo existencial. Yo soy tomar café, fumar, tardes lluviosas, ver películas de culto, leer y escuchar buena música. Me gusta considerarme algo así como un pseudo-sociólogo.